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lunes, 16 de marzo de 2009

Los duendes de la casa del almirante



Existe en la ciudad del Cusco, una soberbia casa conocida por la del Almirante; dicha hermosa casona, hoy convertida en el Museo Inca, de la Universidad San Antonio Abad, cuenta con una interesante historia de duendes, que incluso fue reseñada en los documentos oficiales del gobierno de Don Francisco de Borja y Aragón, príncipe de Esquilache, virrey del Perú desde 1615, época en que ocurrió el insólito caso y que fue posteriormente inmortalizado por el genial Ricardo Palma, en sus inmortales “Tradiciones Peruanas”; ésta es la historia, tomada de la reseña del tradicionalista:

Vivieron en el Cuzco cuatro almirantes, lo comprueba el árbol genealógico que en 1861 presentó ante el Soberano Congreso del Perú el señor don Sixto Laza, para que se le declarase legítimo y único representante del Inca Huáscar, con derecho a una parte de las guaneras, al ducado de Medina de Rioseco, al marquesado de Oropesa y varias otras gollerías. Refiriéndose a ese árbol genealógico, el primer almirante fue don Manuel de Castilla, el segundo don Cristóbal de Castilla Espinosa y Lugo, al cual sucedió su hijo don Gabriel de Castilla Vázquez de Vargas, siendo el cuarto y último don Juan de Castilla y González, cuya descendencia se pierde en la rama femenina.

Aventurado sería determinar cuál de los cuatro es el héroe de la tradición, y en esta incertidumbre puede el lector aplicar el mochuelo a cualquiera, que de fijo no vendrá del otro barrio a querellarse de calumnia.

El tal almirante era hombre de más humos que una chimenea, muy pagado de sus pergaminos y más tieso que su almidonada gorguera. En el patio de la casa ostentábase una magnífica fuente de piedra, a la que el vecindario acudía para proveerse de agua, tomando al pie de la letra el refrán de que «agua y candela a nadie se niegan».

Pero una mañana se levantó su señoría con un humor de todos los diablos, y dio orden a sus fámulos para que moliesen a palos a cualquier bicho de la canalla que fuese osado a atravesar los umbrales en busca del elemento refrigerador.

Una de las primeras que sufrió el castigo fue una pobre vieja, lo que produjo algún escándalo en el pueblo.

Al otro día el hijo de ésta, que era un joven clérigo que servía la parroquia de San Jerónimo, a pocas leguas del Cuzco, llegó a la ciudad y se impuso del ultraje inferido a su anciana madre. Dirigiose inmediatamente a casa del almirante; y el hombre de los pergaminos lo llamó hijo de cabra y vela verde, y echó verbos y gerundios, sapos y culebras por esa aristocrática boca, terminando por darle una soberana paliza al sacerdote.

La excitación que causó el atentado fue inmensa. Las autoridades no se atrevían a declararse abiertamente contra el magnate, y dieron tiempo al tiempo, que a la postre todo lo calma. Pero la gente de iglesia y el pueblo declararon ex comulgado al orgulloso almirante.

El insultado clérigo, pocas horas después de recibido el agravio, se dirigió a la Catedral y se puso de rodillas a orar ante la imagen de Cristo, obsequiada a la ciudad por Carlos V. Terminada su oración, dejó a los pies del juez Supremo un memorial exponiendo su queja y demandando la justicia de Dios, persuadido que no había de lograrla de los hombres. Dizque volvió al templo al siguiente día, y recogió la querella proveída con un decreto marginal de como se pide: se hará justicia. Y así pasaron tres meses, hasta que un día amaneció frente a la casa una horca y pendiente de ella el cadáver del excomulgado, sin que nadie alcanzara a descubrir los autores del crimen, por mucho que las sospechas recayeran sobre el clérigo, quien supo, con numerosos testimonios, probar la coartada.

En el proceso que se siguió declararon dos mujeres de la vecindad que “habían visto un grupo de hombres cabezones y chiquirriticos”, vulgo duendes, preparando la horca; y que cuando ésta quedó alzada, llamaron por tres veces a la puerta de la casa, la que se abrió al tercer aldabonazo. Poco después el almirante, vestido de gala, salió en medio de los duendes, que sin más ceremonia lo suspendieron como un racimo.

Con tales declaraciones la justicia se quedó a obscuras, y no pudiendo proceder contra los duendes, pensó que era cuerdo, el sobreseimiento del caso.

2 comentarios:

  1. don sixto laza ladron de guevara, acude al soberano congreso en representacion de su sra madre doña Angela ladron de Guevara y HERRERA Y cASTILLA, EN 1860,RECLAMANDO SUS PRIVILEGIOS REALES A NUESTRO tradicionista RICARDO PALMA SE LE OLVIDO CONSIGNAR EL SEGUNDO APELLIDO, QUE ES EL QUE DA ORINE AL RECLAMO.

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