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miércoles, 25 de marzo de 2009

Los pishtacos



El tema de los pishtacos es tradición muy antigua en el mundo andino, que por otro lado es conocida en toda la sierra peruana, aunque en algunos lugares tome otros nombres, como “nakaq” o “degolladores”.

En el sur se le conoce como nakaq y se cree que pishtaco es su traducción al castellano. Esta creencia viene seguramente de que la sierra central ha sufrido un mayor mestizaje y de que es más fácil de rastrear el origen quechua de nakaq. Según el cronista Blas Varela, Nacac se llamaba a los carniceros o desolladores de animales para sacrificios. Sin embargo, José María Arguedas sostiene, con justa razón, que no se llama nakaq a los carniceros en los pueblos de Ayacucho y Apurímac (donde vivió), asi como no se llama pishtacu a los de ese mismo oficio en Jauja, y que. nakaq o pishtacu son los degolladores de seres humanos

Aunque dotado -según muchos-, de poderes mágicos, no es un “condenado”, ni un ser proveniente del “Más Allá”; aparece como un hombre de carne y hueso que tiene como «oficio» matar a las personas, extaerles la grasa y venderla. La grasa humana, según las épocas y lugares, sirve para fabricar campanas (los españoles eran grandes constructores de iglesias, sólo en Ayacucho hay 33); hacer remedios; lubricar máquinas sofisticadas o, como se comenzó a decir en la segunda mitad de la década de los ‘80s, pagar la deuda externa.

Ya sea leyenda urbana o mito andino, los estudiosos de la misma, la separan en tres ramas históricas: la prehispánica, la desarrollada en la época colonial y la moderna leyenda urbana (con algunas diferencias, ya sea que se relate en el ande ó en la gran ciudad.

El pishtaco prehispánico

Cuenta el cronista Guamán Poma de Ayala lo siguiente, en 1613: “…a estos hechizeros dizen los quales tomauan una olla nueva que llaman ari manca, que lo cuesen sin cosa nenguna y toma sebo de persona y mays y zanco y plumas y coca y plata, oro y todas las comidas. Dizen que le echan dentro de la olla y los quema muy mucho y con ello habla el hechizero, que de dentro de la olla hablan los demonios”.

“...Estos dichos pontifizes de los Yngas hazían serimonias con carneros y conejos y con carne humana, lo que les dauan los Yngas. Toman sebo y sangre y con aquello soplaban a los ydolos y uacas y los hacian hablar a sus uacas y demonios.

Al parecer, los denominados pistachos, en una variante u otra, serían parte de una temida tradición prehispánica, según Poma de Ayala. Éste sería el origen del mito.

El pishtaco hispánico

Ortiz Rescanierre, relaciona el mito de Inkarri, recogido por él en Huamanga (Ayacucho), en 1971, relaciona la aparición de los “degolladores” con éste, surgido durante la conquista: “La tierra tembló y la cabeza de Inkarri la escondió su hermano. Desde entonces surgieron los degolladores,…” Dicha aseveración no es compartida por otros estudiosos.

Más bien, es aceptada la versión recogida en 1571, por Cristóbal de Molina, el Cuzqueño: “…el año de setenta y uno, tras de haber tenido y creído por los indios, que de España habían enviado a este Reino por cuenta de los indios, para sanar cierta enfermedad, que no se hallaba para ella medicina sino el “unto” (grasa humana); a cuya causa, en aquellos tiempos andaban los indios muy recatados, y se extrañaban de los españoles, en tanto grado, que la leña, yerba y otras cosas no las querian llevar a casa de español; por decir no los matasen alli dentro, para sacarles el unto”.

Los pishtacos en la era industrial

Durante fines del siglo XIX y principios del XX, cuando se tendían vías ferroviarias por todo el país, resurgió con fuerza, el mito de los pishtacos: curiosamente, en España también aparecía el mito de los “sacamantecas”, el cuales tremendamente similar al del pistacho. No se sabe si se originó primero en España y luego vino al Perú, o si fue a la inversa; lo que sí se tienen, son terribles testimonios policíacos, de la detención y juzgamiento, en España, de auténticos “sacamantecas”.

“En el gobierno del presidente Prado, estos hombres eran pagados por el gobierno. No eran, pues, cualquier hombre, sino eran ellos fuertes, macetas, altos y blancos; incluso eran cuidados por el clero y bautizados para ese trabajo. Allá en ese cerro Cuchihuayacco y al frente en Cutupaita, en la subida del río Watatas, están esos lugares donde vivían los pishtacos. A cualquiera que pasaba por ahí lo descuartizaba, llevando a un inmenso penacho donde tenía preparado el lugar de su matanza. Una vez que lo descuartizaba lo colgaba en unos eslabones, como un carnero cortado por el largo de todo el pecho. Dicen, pues, que goteaba el aceite humano y éstos recogían en grandes vasijas para luego llevarlo al gobierno y lo exportaban al extranjero a buenos precios. En estos tiempos estaban surgiendo las grandes máquinas en los países adelantados y mejor funcionaba con el aceite humano. Todo ese trabajo de sacar aceite lo hacían de día a pleno sol,…” (testimonio recogido en 1981 como parte de un curso de la Universidad San Cristóbal de Huamanga)

Los pishtacos de hoy

En la sierra peruana, en las versiones modernas, aún se cree que la grasa extraída sirve para fabricar remedios , o se usa en la fabricación de campanas (se dice que así suenan mejor y más lejos) o para hacer funcionar máquinas. Los pishtacos o nakaq viven normalmente en las laderas o montañas lejanas y poco pobladas; sin embargo, en septiembre de 1987 llego a Ayacucho la “noticia” de que estaban en la ciudad. Alan García (Presidente en su primer período, en aquel entonces), “habría decidido convertir la región en una especie de coto de presas humanas para pagar con la grasa de ahí extraida, la deuda externa”.

Según la región, estos “nuevos” pishtacos tienen la apariencia “…de extranjero, antropólogo, militar, e incluso de terrorista"; es decir, siempre es un foráneo: altos, blancos, de cabello rubio, algunos con barbas, su hablar tiene dejo de gringo,..o visten con un abrigo hasta las rodillas, con botas, tienen cuchillo, pistola y en otros casos se menciona que llevan metralletas. En algunas versiones visten bluejeans y gorro de lana.

El pishtaco tiene tanta importancia en la mitología andina y peruana que incluso el mismísimo Mario Vargas Llosa creó su propia versión del mito en su libro “Lituma en los andes”:

“Vivía en cuevas y perpetraba sus fechorías al anochecer. Apostado en los caminos, detrás de las rocas, encogido entre pajonales o debajo de los puentes, aguardaba a los viajeros solitarios. Se les acercaba con mañas, amigándose. Tenía preparados sus polvitos de hueso de muerto y, al primer descuido, se los aventaba a la cara. Podía, entonces, chuparles la grasa. Después, los dejaba irse, vacíos, pellejo y hueso, condenados a consumirse en horas o días. Esos eran los benignos. Buscaban manteca humana para que las campanas de las iglesias cantaran mejor, los tractores rodaran suavecito, y, ahora último, hasta para que el gobierno pagara con ella la deuda externa. Los malignos eran peores. Además de degollar, desenlojaban a su víctima como res, carnero o chancho y se lo comían. La desangraban gota a gota, se emborrachaban con sangre”.

Los pistachos en la ciudad
La versión que Vargas Llosa nos ofrece a lo largo de su novela tiene muchas diferencias con respecto a las recogidas de la tradición oral: las más saltantes en la cita son el uso de polvos mágicos para adormecer a sus víctimas y la existencia de pishtacos, los cuales deja vivas a sus víctimas a pesar de sacarles toda la grasa del cuerpo.

Este tal vez podría ser el origen de la moderna leyenda urbana acerca de los pistachos, que se cuenta hoy en las ciudades peruanas; para esto último, dejaré que una joven que escuchó el relato de primera mano, lo comparta con todos ustedes:

“Me fuí a trabajar, hace años, a Tacna. Una noche, muy tarde, tomé una combi, rumbo a mi casa, algo alejado. La combi estaba casi vacía y yo casi me dormía de lo cansada que estaba. Una señora se sentó a mi lado y me comenzó a conversar, despertándome; me venía bien, ya que no quería pasarme de mi paradero. Cuando la señora esa estaba por bajarse en su paradero, me dijo esto:

“…¡Hay señorita: usted tan linda, tan joven!,… no se vaya sola a casa,… NI SE DUERMA EN LA COMBI,… en esos pueblos jóvenes demás adentro (más adelante, en la ruta de la combi),… ¡hay pishtacos!,… si la ven dormida, se sientan a su lado, le echan unos polvitos que la duermen más,… y con unas maquinitas chiquititas que llevan,… ¡le sacan la grasa, sin que se dé cuenta!,… ¡y hasta la pueden matar!,… cuídese señorita,…”

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